Biografías

Aquí encontrarán mis trabajos biográficos.

La escritura de biografías

El trabajo de realizar biografías ha sido para mí algo revelador. El inicio en esta tarea fue sumamente casual, pero abrió un aspecto de mi escritura por demás interesante.

La literatura fue mi proyecto de vida desde muy pequeña. Y aunque las circunstancias me llevaron por caminos de formación disímiles, el fin fue lo que allá por los doce o trece años dejé como impronta en mi inconsciente. Entonces, la intención fue escribir un libro. Hoy, mi preocupación es dejar una obra.

La acción es lo que continua al pensamiento. Pasaron muchos años para que comprendiera esto, para que comprobara que esta premisa es real.

Haber leído muy jovencita “Historia de un inmigrante” de Santiago Gastón, pariente lejano de mi madre. Haber tenido abuelos largamente octogenarios con los que me unía un profundo afecto alimentado por encuentros cotidianos y charlas interminables. Haber sido también cultora del contacto epistolar en épocas donde el Internet y los correos electrónicos no se soñaban todavía. Y, de seguro, ser muy respetuosa de la sabiduría que da la experiencia, encontrar en ese aprendizaje de los otros el propio empirismo. Saber escuchar y reverenciar la edad y la maestría de los mayores con, tal vez, un sólo don: la paciencia. Todo ello me ha permitido dedicarme a esta labor que hoy realizo con verdadera devoción.

Aquí, en esta página, incorporo estos trabajos para rendir mi homenaje a quienes he ayudado a realizar su libro y quiero compartirlo con ustedes.

Año 2006

Vía Garibaldi 25, Camerano

Biografía del Sr. Antonio Rabini

Primer libro biográfico de Isabel V. Krisch con el que incursiona en la escritura de biografías en el que cuenta las memorias de un inmigrante italiano, su historia y la de su familia.

344 páginas en blanco y negro.

No era mi costumbre ir a Mar del Plata en micro, ni volver.

La Ciudad Feliz, como siempre la han llamado, fue mi lugar de descanso de los últimos  treinta y cinco años.

El verano del año 2003, con un país y un mundo caóticos (y pasan los años y crezco hacia la tercera edad y no me habitúo), me encontró volviendo en febrero después de haber cambiado normales vacaciones por actividades de reparación debido a que mi casa, aunque precaria, había sido saqueada.

Mi marido, arquitecto, decidió él mismo reconstruir los desmanes que nos habían producido los rateros y, por este motivo, se quedó unos días más en la costa, mientras yo retornaba a Buenos Aires, a mis tareas docentes de recuperación escolar.

Tenía la intención de terminar de leer un libro que había iniciado y, por qué no, tal vez, dormiría, así el viaje sola y en bus, se me haría más corto. Pero no alcancé a abrirlo, ya que entablé una prolongada y amena conversación con mi compañero de asiento, el señor Antonio Rabini.

No recuerdo cómo se inició el diálogo, pero en una  interesante síntesis, este inmigrante italiano pudo describir su extensa biografía, con pulido vocabulario y rico contenido de anécdotas, en las pocas horas que duró el trayecto.

La casualidad (que algunos dicen que no existe) fue coincidir en el natalicio. Y, más llamativo aún, tener el mismo concepto profundo de la importancia de los valores y de la familia; es decir, del verdadero sentido de la vida.

Casi al llegar a destino, comenté:

—Usted tiene una historia para escribir un libro—, porque siempre tuve la ilusión de encontrar una narración semejante, o quizá, su reseña me recordara los cuentos de mi propio abuelo, otro europeo que vino a buscar su destino a América y que dejó su huella en mi corazón, pero que partió tempranamente, antes de que se despertara mi vocación por la escritura.

—Mis hijas me dicen lo mismo—me respondió entonces el señor Rabini.

Nos despedimos en San Martín, parada donde don Antonio descendió del bus, e intercambiamos teléfonos y direcciones.

Meses más tarde, el 10 de mayo, un sábado soleado en el que celebraba mis primeros cincuenta años, recordé los ochenta y ocho de aquel señor que había conocido en el micro y del cual había retenido algunos de los episodios jugosos de su derrotero.

Le envié entonces un cuento elaborado con, apenas, un pequeñísimo tramo de su nutrida existencia, a modo de obsequio. Y ése fue el comienzo de este volumen que unió a alguien con ganas de relatar con otro alguien con deseos de escribir.

Espero haber transmitido el inmenso caudal, extraordinariamente contado por el protagonista para que este libro deje traslucir la síntesis de un ser muy inteligente, que anduvo mucho camino, que construyó bien y que tuvo carácter y valentía para sostenerlo.

Espero también haber podido describir sus memorias con la altura con las que han sido vividas.

Ha sido un placer ser el instrumento de esta recopilación. Lo tomo como una gran enseñanza para mí, y como un ejemplo.

Isabel Krisch

Todo comenzó después del colegio, en las postrimerías del otoño, cuando los fríos impetuosos de las tardes ya se hacían sentir. Había tomado una taza tibia de leche en la merienda y disfrutaba de un panecillo fresco. Sentí la voz de Santino que gritaba en la puerta y apuré el bocado. Pedí permiso a mi madre para salir a jugar un rato con mis amigos, como cada día solía hacer. Casi sin esperar su respuesta, me lancé a la calle masticando todavía y con los bigotes llenos de leche. Estaban también Nelfo, Ugo y Osvaldo.

Al principio, probábamos nuestras piernas. Las mías, cortas pero ágiles, corrían delante de los otros. A ver quién llegaba primero a la Fontanina. Nos perseguíamos mucho y jugábamos en torno a ella hasta caer rendidos. La correría no terminaba, aún cuando alguno tropezaba o se caía.

Transpirados, con la ropa empapada de sudor, nos zambullíamos en el agua cristalina de la fuente de vertiente natural. Tomábamos el líquido fresco y nos tranquilizábamos un poco. Estar mojados de los pies a la cabeza era, seguramente, muy bueno para el verano. Pero esa tarde, bajó la temperatura de manera abrupta y nos hizo tiritar. Volví a casa morado. Mamá me retó al verme tan frío y me obligó a secarme. Me arrimó al hogar, ya prendido para la cena, con el objeto de que entrara en calor.

Esa noche tuve fiebre. Vino el médico y le indicó a mi madre cómo debía tratarse la pulmonía. Trajeron dos perfiles de hierro, que colocaron uno a cada lado de mi cama, porque era muy inquieto. Las manos, metidas adentro. Me arroparon con frazadas, y con una cofia de lana me cubrieron la cabeza. Había que transpirar. Además, me dieron una onza de aceite de ricino para limpiar mi interior. Luego, había que sentarse a esperar la obra de Dios. Si debíamos morir o seguir viviendo, era sólo su decisión. No había otra manera humana de resolver la enfermedad.

Antes, las personas fallecían, inexorablemente, por cosas que hoy son simples. Los sistemas para curar eran elementales. Cualquier herida se trataba con alcohol (puesto que ya se sabía de su propiedad antiséptica), tintura de yodo u orín, si no había a mano alguno de los dos recursos anteriores.

Fueron épocas en las que sobrevivía el más fuerte; el que era afortunado o aquel cuyo destino final aún no lo llamaba. No se conocían ni siquiera las aspirinas. Las purgas, sangrías y sanguijuelas (esos gusanos de cuerpo anillado que viven en el agua dulce y chupan la sangre), estaban entre las pocas cosas que se podían hacer por un enfermo. Se rezaba mucho entonces. Y se ayunaba por varios días de manera estricta.

Estuve una semana transpirando. Dormía de a ratos. Y tantos otros momentos, amodorrado, con la mirada perdida por los rincones de la habitación del primer piso, escuchaba cómo mis tripas reclamaban un pedazo de pan. Permanecí así tendido, debilitado, sin fuerzas para tomar el palo que mamá dejó a mi alcance y con el cual debía golpear el suelo y llamarla si la necesitaba. Mi cama estaba justo arriba de la fábrica, su lugar de trabajo.

Una mañana desperté agitado. La fiebre había cedido un poco. Me levanté con mareos, pero decidido a no respetar más la obligada privación. Abrí la “credenza” y quité parte del pan casero que se hacía en casa una vez cada siete días. Volví, y metí el pan debajo de las sábanas. Lo fui comiendo de a poco. Me sentía en pecado porque recordaba que el doctor había señalado, enfáticamente, el ayuno absoluto. Pero estuve mejor. Me levanté por segunda vez. Y así, luego de ingerir una “pagnotta” , me quedé dormido.

Cuando desperté, mis padres me estaban observando. Mamá tocaba mi frente y me sonreía con levedad.

—Antunin, giá stai meglio —le sentí decir y le devolví la sonrisa. Habían pasado algunos días, me enteré después.

Cuando me pude levantar, todos festejaron mi vuelta al mundo. La pulmonía típica tenía dos estadios. Había que superar la primera semana. Y si en ésta no aflojaban los síntomas, entonces, había que transcurrir la segunda en la que uno se curaba o, sencillamente, moría. Peligroso era llegar a esta instancia, ya que la debilidad del ayuno, nos hacía más vulnerables. Yo me recuperé en la primera. No era mi momento todavía.

Entonces vino el tiempo de la bonanza, puesto que empezaron a darme de comer doble ración, para que recuperara el peso que había perdido.

Mamá tuvo que soltar el ruedo de todos mis pantalones, pues había crecido más de cinco centímetros en esa temporada de fiebre y abstinencia.

Dumé —È morto Dumé —se oía en el pueblo. En la aldea, donde todo lo que le acontece a uno le sucede, de alguna manera, a todos. Y donde todo lo que le ocurre a los demás se lo vive como propio. Aún si ese prójimo es un pobre individuo solo, huérfano de familia, paria del destino.

Nadie supo nunca el origen de Dumé o, por lo menos, no era información conocida. Siempre fue un anciano con desamparada apariencia, que, como un alma en pena, perduraba transitando sin que nadie supiera, a ciencia cierta, cómo sobrevivía.

Tenía un largo saco raído que le llegaba abajo de las rodillas. Era flaco y se presentaba harapiento, con hilachas colgándole por todas partes. Verdaderamente un pordiosero, un indigente. Tal vez alguien lo ayudaba. Tal vez tuviera un subsidio de la Municipalidad. Nunca lo supe. Pero, sin embargo, no vivía a la intemperie. Tenía su habitación en una casita de dos plantas de la que ocupaba la parte de abajo. En el piso superior, había otros inquilinos. Nadie lo molestaba y él no molestaba a nadie.

A pesar de todas sus condiciones de menesteroso, tenía un apellido. Seguramente, detrás de aquél se ocultaba una profusa historia. De Nixon, un breve apelativo con alguna reminiscencia inglesa, o quizás, sólo un sobrenombre.

—È morto Dumé, Dumé De Nixon —recuerdo haber oído un día. Y los chicos del pueblo nos arremolinamos frente a su vivienda de La Piana, antes de llegar a la plaza. La puerta estaba entreabierta. Nunca habíamos entrado, pero pudimos observar desde el umbral la extrema pobreza de su interior. Con la curiosidad de la infancia nos atrevimos a tocar apenas la abertura que nos mostró la única ventana de la habitación. La vista era espectacular. Más allá del vidrio sucio se abría el valle de Camerano y, más allá aún, se presentía Osimo. Era pintoresco. Quizá Dumé se haya alimentado todos esos años de aquella belleza.

En nuestro recuerdo perduró siempre su imagen paseando por las callecitas en los días primaverales. Se lo veía parado en la puerta de la zapatería de tío Julio, con quien charlaba tantas veces, y se oía su tos característica: —Eé!, Eé!, Eé!—, factor de chanzas y gracias inocentes.

En aquella época, las toses no tenían remedio; a lo sumo, una fricción en la espalda o en el pecho. Había que resistirla. O morirse. Y a Dumé se le ocurrió esto último. Cansado, tal vez, de tanta soledad.

Quedé apesadumbrado, igual que todo el pueblo, al perder algo patrimonial como su propio mendigo. El fantasma de la tosesita.

—È morto Dumé—decía la voz de Camerano, mientras un carromato negro con cuatro ruedas y dos caballos fúnebres, cubierto por una lona amarilla, como jamás había visto, recorría el poblado antes de ir al cementerio. Sin ninguna cruz. Despidiéndose.

Año 2012

De mi tiempo, Simples memorias

Biografía del Sr. Roberto Marcos Ferronato

Segundo libro biográfico de Isabel V. Krisch en el que narra la biografía del autor e historias familiares.
512 páginas a color.

Doy gracias a Dios por haber transitado una larga vida. El tiempo de hoy es el de la cosecha. Y debo agradecer también que, a estas alturas, todavía me acompaña la buena memoria y el deseo de traer al presente mis experiencias con entusiasmo y apasionamiento.

Mis hijos, en general; pero, en particular mis hijas, al escucharme con paciencia relatar las historias del pasado, insistieron en que ellas deberían quedar plasmadas. Es ésta la causa del presente volumen.

Todos los hechos que relato en estas páginas buscan encontrar el lector y el momento adecuado para cobrar protagonismo. Es mi deseo más ferviente no aburrir a nadie, sólo atraer la curiosidad del que las repasa y no cansar, ni aturdir, ni perjudicar con mis recuerdos. Es una historia común, pero han sido tantas las vivencias y las anécdotas que he tratado de rescatarlas, sobre todo a las más sabrosas y originales, que correspondieron a la vida de mi familia y a la mía propia.

Cuando el tiempo transcurrido es tan largo y uno no ha estado nunca quieto, dichas experiencias se trasforman en numerosas, y se han poblado con miles de matices. Uno entrelaza las remembranzas de los acontecimientos lejanos de los que fue (aunque sea tangencialmente) protagonista, con la actualidad más reciente y así todo se enriquece.

Fue invalorable la colaboración de la señora Isabel Krisch, con quien comenzamos hace tiempo a charlar y a buscar el método de recoger los episodios más destacados y dignos de considerar. Así, grabamos largas horas estas conversaciones y, poco a poco, empezó a tomar forma de texto. El tiempo, otra vez, el trabajo y la dedicación lo convirtieron en este vasto tomo de aspecto sólido, que nunca imaginé podría ver concretado.

Es difícil concluir algo tan enorme como es el testimonio de la vida misma, que esto quede como un documento y, al mismo tiempo, sentirse sano y activo y tener nuevos anhelos para el futuro.

«Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro» era la consigna. Creo haberlo cumplido, entonces. Y aunque la satisfacción no es completa, puesto que «la vida se hace en borrador», es momento de ir dejando huellas, ya que las circunstancias me lo han permitido.

Cuando los que vienen después de mí cumplen un año más, yo incorporo uno menos. Sin embargo,  esto no es terminar, hay que seguir. La vida es hoy y lo que ocurrirá mañana. Es muy necesario ese proyecto cotidiano para levantarse cada día. La esperanza nos invita a vivirlo con ilusión y curiosidad, hasta que seamos llamados adonde debemos ir con fe, resignación y una sonrisa.
Releyendo estas crónicas, me doy cuenta de que hay cosas que he olvidado. Que el baúl de mis recuerdos parece no tener fondo. Y que podría todavía incorporar más. Muchos episodios me los han contado, la mayoría los he vivido, como aquél de haber nacido en la mesa del comedor de la casa de la calle Puán. Seguro que estuve allí, aunque no lo recuerde.

En la sucesión de páginas que siguen, hay cosas tristes y otras risueñas. Las viví todas, las unas y las otras; y, en realidad, si bien muchas de ellas no hubiera querido contarlas, más bien, no hubiera querido vivirlas. Pero ahí están, como momentos reales que nos achicaron el corazón a todos, y nos dejaron penas que son cicatrices perpetuas en el alma.

También están las alegrías, claro. Los éxitos laborales, que los hubo, los hijos y la maravillosa experiencia de los nietos.

Esto es el cúmulo de vicisitudes que nos ofrece la vida. Y el resultado, bueno o malo, es lo que pudimos hacer con ello. «Sólo se trata de vivir», dijo alguien.
Con las pruebas finales, me doy cuenta de que hay cosas en las que la memoria no ha sido tan prolija como hubiera querido. Pido disculpas por ello y creo, sin embargo, en lo más íntimo de mi corazón, que lo sustancioso está expresado; y que lo que omití, por decisión o por olvido, no ha de ser importante. La esencia es lo que debe rescatarse. Y yo he tratado de desnudar mi alma, para que aquellos seres queridos que lo lean, tengan un pantallazo de lo que hice en mi largo peregrinar.

Agradezco a Dios; a Beba, con cuyo recuerdo permanente vivo; como también con el de mis padres: Ana y Marcos; y el de mis tíos: Juan y Octavia, con quien viví tantos años. A Homero y a Beba, mi cuñada. Un homenaje especial a Marquitos. A mis hijos: Griselda y Andrés, Alejandro e Ingrid; Gerardo y Marisel; y Roxana. Y a mis nietos: Nicolás, Marina, Josefina y Florencia; Gianina y Jerónimo; Joaquín, Antonella y Chiara; y Hernán.

Así mismo, mi agradecimiento a la señora Isabel, que tuvo la paciencia y el profesionalismo de hilar esta historia, para que llegara a buen término.

Les dejo a todos ustedes las existencias de un viandante y de su paso por el mundo. Este «cuen-Tito» desde mi corazón, para que no me olviden.

Tito Ferronato

El trabajo de realizar biografías ha sido, para mí, revelador. El inicio de esta tarea, sumamente casual, abrió un aspecto de mi escritura por demás interesante; pero, sobre todo, se me manifestó como una señal  hacia un camino de aprendizaje.

La literatura fue mi proyecto desde muy pequeña. Y aunque la vida me llevó por otros caminos de formación, aquella impronta, que por los doce o trece años planifiqué, invariablemente, se concretó. Debe de ser porque siempre la acción continúa al pensamiento. Y como una ley inflexible, se cumple; sin que nosotros, en apariencia, realicemos mucho para que esto ocurra. Por ese tiempo, lejano ya, la intención era escribir solamente un libro. Hoy, mi preocupación es vivir de y para la escritura, y dejar una obra.

He tenido la suerte de conocer y tratar a mis abuelos; hasta a algún bisabuelo pintoresco. Con unos, establecí vínculos cotidianos y fueron grandes maestros; con otros, tuve la posibilidad de mantener largos contactos epistolares, cuando los correos electrónicos ni se soñaban todavía. Siempre tuve la paciencia, el tesón, y la alegría de escucharlos.

He aprendido que la palabra de los que han vivido más es sinónimo de sabiduría, la mayoría de las veces. Entendiendo a esta cualidad como el rescate invalorable de la experiencia y la pericia.

Si los años no pasan en vano, si se puede cambiar cada momento de desorientación, cada desliz, cada confusión; si hemos llegado a sumar errores y extravíos; si hemos tornado aquello en positivo; si hemos acumulado el dolor debajo de la piel; y si de eso rescatamos una reflexión oportuna, una consideración pertinente; si, después de todo, somos capaces del consejo, de la advertencia, la cordura, la madurez, habremos adquirido la maestría.
Estar dejando la juventud me acerca más del lado de la experiencia; pero el camino del aprendizaje es permanente, y lo maravilloso es ser conciente de ello.

Cuando conocí a Roberto Ferronato, creí que no iba a poder con su historia; porque mi transitar por la poesía y la literatura era un camino muy diferente al recorrido por él, totalmente disímil al mundo de las finanzas, a la Bolsa de Comercio y al Mercado de Valores. El vocabulario que él manejaba era desconocido, desigual para mí. Pero con el correr de nuestros encuentros, tanto él como yo, fuimos adentrándonos en el orbe del otro, hasta lograr este volumen que condensa la parte más sustanciosa de su larga y apasionante vida.
Este trabajo, asumido con total responsabilidad y pasión, me dejó, como resultado, el sabor de haber extraído la mejor sustancia.

Cuando entré por primera vez a la casa de la calle Onelli 415, me presentaron al señor Roberto Marcos Ferronato. Hoy me alegra salir de ese hogar, y hablar de Tito como de un amigo.

Un solo halago ha justificado, para mí, esta tarea de casi tres años: «Este es un libro que tiene espíritu». Estoy feliz de haber sido el instrumento para que ese espíritu viera la luz en estas páginas. Y porque siento a la literatura como la herramienta más noble y eficaz para la trascendencia, es que sé que las palabras dichas e, incluso, aquellas otras eclipsadas, darán lugar al lector maduro a la propia interpretación.

Aquellos serán, sin duda, sus hijos, nietos y amigos: sus afectos. Espero que recorran el contenido de los capítulos con el mismo entusiasmo y compromiso que puso Tito en contar. Y que descubran el apasionamiento por incluir a todos y a cada uno de los seres que lo acompañaron a lo largo de su vida.

Isabel V. Krisch

Año 2009

Luna, Luna, Luna... (...salud y fortuna)

Biografía de la Sra. Mercedes Echevarrieta de Rabini

Tercer libro biográfico de Isabel V. Krisch en el que narra la historia de la autora y su familia. Contiene la realización del genograma familiar y posee una gran cantidad de fotos.

432 páginas a color.

Mi historia con la familia Rabini se remonta a febrero de 2003. Estaba yo sentada en un micro que me traía desde la ciudad de Mar del Plata, al lado de un señor con quien entablé una charla tan amena, que hizo aquel trayecto de poco más de cuatrocientos kilómetros, en verdad, rápido; y, sorpresivamente interesante. El señor era Antonio Rabini.

Lo recuerdo con detalle y, en particular, porque fue el comienzo de mi escritura narrativa. Si bien siempre escribí, y hacía algunos pocos años que había empezado a editar; hasta ese momento sólo abordaba la poesía como manera de expresión. ¿Cómo podría olvidar, entonces, que fue Don Antonio, quien confió en mí para desarrollar su historia de vida?

Plasmado ese libro, después de más de dos años de trabajo, intensos y sumamente agradables, y gracias a su difusión, tuve la posibilidad de escribir otro, de alguien no relacionado a su familia. Hoy, hay algunas biografías que esperan la oportunidad y mi tiempo. Tal es el camino que se me ha abierto y que bendigo.

Pero grande fue mi sorpresa y mi alegría cuando fui llamada para escribir la vida de Mecha.

Mercedes Echevarrieta, que vivió al lado de Don Antonio y que construyó con él la maravillosa familia que poseen, tiene una vida con igual intensidad, llena de experiencias ricas y profundas; y merecía, según mi criterio, un volumen propio, diferente, personal y detenido como éste.

La voz de Mecha es una expresión femenina, delicada, de una intensa calidez. Queda demostrado en este libro la extraordinaria generosidad que significa ponerse, concientemente, detrás de alguien y desarrollar la vida. El que lea con detenimiento verá, que la generosidad de la que hablo es decidir ser el sostén de un hombre y por ese desprendimiento allanarle el camino, incluso claudicando de los dones propios, del tiempo propio.

Mecha es una mujer de una inteligencia poco común, instruida y fina. Se puso a disposición de su familia, con total entrega, realizando el mayor esfuerzo para propiciar su felicidad, porque la dicha del entorno ha sido su propia dicha.

Así, fue puntal desinteresado y paciente. Fue el ojo atento, el límite y la firmeza. La creatividad y la dedicación. Y a pesar de que ejerció su oficio de maestra poco tiempo, ejerció la docencia dentro del hogar y con cada uno de sus seres queridos. Los resultados están a la vista. Es, sin duda, la base del éxito.

Se dirá que Mecha es parte de una educación, de una época donde la mujer se debía al hogar, y esto es cierto. Pero son pocas las que han sabido, con un “saber de sabio”, hilvanar cada elemento constructivo, cada valor, cada ingrediente necesario para la convivencia armónica y posible, dando lo mayor que se puede dar, desinteresadamente: el amor incondicional.

Pudiéndose explayar de sus trabajos, de sus dones para el canto o para la pintura, de su creatividad o de sus logros solidarios, ella prefirió en este volumen contar largas historias de sus seres queridos, amigos y afectos, con detenimiento. Esto también es muestra de su espíritu desprendido.

En el núcleo de sus afectos ha sido y es una mujer y una madre muy querida. Respetada. Digna. Y haber generado tanto reconocimiento es el indicio de algo muy fuerte. Soy testigo de ello en estos años y de los valores sólidos que posee y que quisiéramos dejarles a nuestros hijos. Una madre puede entender a otra madre, perfectamente, pero muy distinto es imitar su entrega.

Conocer a Mecha, fue para mí, en particular, de un gran aprendizaje. Hace poco tiempo, muy poco, perdí a mi madre, último ser de mis lazos sanguíneos que me precedieron. A partir de allí siento (a pesar de mis años, que no son pocos) una verdadera orfandad. Por eso, quiero dedicar a Mecha mi gratitud y mi reconocimiento permanentes. Sumo a la imagen única e irrepetible de mi madre, que llevaré siempre en mi corazón, la suya como referente ético y como ejemplo de vida.

Con todo mi cariño

Isabel Krisch

Cuando era chiquita, en las noches de Luna Creciente, mi madre nos llevaba al jardín, a mi hermano y a mí, y nos tomaba de las manos para juntarlas en su pecho, mientras elevaba la mirada al cielo y decía: “Luna, Luna, Luna, danos salud, amor y fortuna”.  Entonces, el entorno nos cubría con el aroma que la planta de lima se atrevía a desprender. Había que repetir la frase tres veces para que el poder del satélite nos bendijera con el don de nuestro requerimiento.

Esa costumbre, sencilla, candorosa tal vez, se quedó en nosotros como la sensación de que ella nos protegía y nos protegería siempre en la medida que la invocáramos.

He realizado este reclamo en muchas oportunidades. Por años, cada vez que miraba a la Luna en esta fase, recordaba aquellos momentos de integridad con mi madre y reiteraba la plegaria para mis hijas a medida que fueron naciendo. Hoy, esta oración pequeñita, simple e inocente, se extiende en mi corazón hacia mis nietos y bisnietos porque a mí la Luna o la Providencia me lo han dado todo.

He leído que el símbolo de la Luna es muy amplio. Desde considerar su influencia en la madurez de las plantas o el crecimiento de los animales; desde la relación que tiene el astro con las mareas o con el ciclo fisiológico de la mujer. Lo cierto es que todas las culturas han dado carácter femenino a la Luna y masculino al Sol. Se admite hoy que los ritmos lunares se utilizaron antes que los solares para dar la medida del tiempo. Que hay una conexión  del astro con la creación y la recreación del Universo.

La Luna se relaciona también con el huevo del mundo, con la matriz, con la esencia, con el origen. Yo conecto a la Luna con la madre. Con la mía, obviamente, que nos hacía elevarla a un plano divino, puro y trascendente. Entonces cuando la miro, y ya han sido tantas lunas, me permito la asociación de su luz con la que me trasmitió mamá toda su vida. Y me da alegría, nostalgia y paz.

Cuando pensé en contar mis memorias en este modesto libro, después de que Antonio escribiera el suyo, supuse que sería justo y agradable para mis hijas, que la recordara en cada página. Y, además, que quedara esta narración como un legado de versión diferente de la que su padre relató, porque si bien hemos vivido más de sesenta y cinco años juntos y compartimos casi todo, hemos sido y somos personas distintas. Las familias de donde venimos, los estudios, la instrucción, las formas de ver la vida y las prioridades han contribuido a que, si bien con los mismos valores esenciales, haya dos ópticas de nuestra realidad. “Todo es según el cristal con que se mira”, dice el dicho. Y el resultado ha sido, estoy segura, un maravilloso complemento.

A la hora de dedicar este volumen, lo hice a mi madre, en primer lugar, como un homenaje a lo que ella me enseñó y, sobre todo, a lo que hizo por mí y por mi hermano. A su sacrificio y dedicación. Y, por supuesto, a mis hijas, nietos y bisnietos, que son los que constituyen mi amada descendencia.

Para finalizar, espero que se entienda que yo he querido resaltar su figura, como un modelo determinante en mi vida. Que lo que yo realicé fue pequeño al lado de su esfuerzo y optimismo, y que todo lo que logró lo hizo sola.

Yo fui más afortunada, siempre tuve a Antonio a mi lado.

Mecha

Tapa Fátima + desplegable
Año 2013

Fátima, por una hija diferente

Biografía del matrimonio Carlos María Picasso Cazón y Alicia Beatriz Rosaz

Cuarto libro biográfico de Isabel V. Krisch en el que narra la historia del matrimonio Picasso Cazón cuya hija con sordoceguera, inspiró la creación de la Institución para Multiimpedidos Sensoriales Fátima, la primera en Argentina y Latinoamérica.

448 páginas + un desplegable de 51x51cm, a todo color, con el desarrollo de la línea cronológica de los momentos descriptos en el libro.

“¿Por qué escribir? Llevo años haciéndome esta pregunta, y el no haber conseguido la respuesta de manera inmediata como lo requería mi ansiedad, me ha detenido sistemáticamente. Hoy, me encuentro iniciando el trabajo que debió estar terminado hace una década.
Un libro vinculado a nuestra experiencia de vida es el resultado de un conjunto de pensamientos, sentires, aprendizajes y conclusiones contenidos en una estructura capaz de transmitir una idea, o un conjunto de referencias con sus detalles. La pretensión de hacer públicas las vivencias personales aspira a colaborar en algo o, por lo menos, allanar el camino de aquellos que deben vivir situaciones semejantes.
Han transcurrido treinta y un años desde el nacimiento de Fátima y el presente nos encuentra, a mi esposa y a mí, en una etapa madura de este penoso y difícil proceso que debemos transitar los padres de una persona con discapacidad múltiple.
Los procedimientos mecánicos y elementales que ejecutamos cotidianamente como los hábitos de ir al baño, la higiene personal, la ingesta de alimentos, vestirse, etc., requieren una coordinación cerebral, primero; motriz, después. Estas actividades que nos pasan inadvertidas, resultan complejas e inalcanzables para personas con discapacidades rigurosas. Nuestros queridos hijos, dependientes de por vida, siempre necesitarán de alguien que, en mayor o menor medida, los asista. Jamás podrán realizar una vida solos.
En esta serenidad en la que transito hoy, ya no busco cambios imposibles ni soluciones milagrosas. He podido encontrarme con mi esencia cotidiana y puedo afirmar que aquello que nos impida ver dicha esencia es inútil, inconveniente y perjudicial. Comprenderlo en toda su dimensión nos permitirá desarrollarnos como individuos proyectándonos en la vida conyugal, familiar y laboral. O sea, intentando ser felices.
En este punto exacto me detengo. ¿Es factible la felicidad en nuestra condición de padres de personas “tan especiales”? La respuesta que he encontrado, luego de liberarme del peso que significa estar dentro de una  situación no buscada, que no deseamos ni jamás pudimos imaginar, es sí, esto es posible. Posible y necesario. Alcanzable, si decidimos seguir vivos, si aprendemos a no perder el valor para separar la verdad de la idealización. Si nos permitimos amarnos a nosotros mismos otra vez, a tener proyectos propios y hacerlos viables, aunque sea en otros lapsos, aunque sea por otros caminos.
Así, la probabilidad de ser felices renace. Y con esa esperanza podremos sobrevivir a lo que, en origen, visualizamos como una tragedia.
Es innegable que no podremos soslayar la realidad. Que tener un hijo “diferente” constituye una exigencia que nos condiciona todas las facetas de la vida. Pero no debemos echarle la culpa a ellos de los fracasos y los sueños incumplidos. Debemos continuar, aunque el camino sea escarpado y azaroso, por nosotros, por el bien de nuestro cónyuge, y por nuestros otros hijos. Y aunque parezca egoísta, en ese orden. Cuanto mejor estemos con nosotros mismos, mejor le haremos a los demás.
En general, los padres no tenemos conocimientos acerca de lo que es la educación especial. La gran mayoría no tiene estudios universitarios adecuados (ni de otro orden) que los habiliten a encarar la circunstancia con idoneidad. Y tomar el timón de un frágil velero en medio de esta tormenta que es nuestro destino, probablemente sea el mayor de los desafíos que nos ha sido impuesto. No todos los seres humanos deben enfrentar las mismas exigencias, es cierto. Pero entonces, es imprescindible fortalecerse para aumentar la capacidad de resistir y adaptar la vida a estas condiciones extraordinarias.
Obviamente, nuestros límites no son iguales y dependen de muchos factores. Sobre todo de la pareja y del entorno. Y éste, a su vez, depende de nosotros.                                                  
Mi objetivo en este libro aspira a cubrir la ausencia de datos concretos acerca de las situaciones que se deben afrontar y que invariablemente se nos presentan, movilizándonos hasta las fibras más íntimas y promoviendo determinaciones personales que van a incidir no sólo en nosotros sino en nuestra familia.
Estas páginas son el producto de una serie de trabajos preparados para conferencias y talleres con algunas menciones de las vivencias de otros padres; como así también, experiencias adquiridas, fruto del trabajo con profesionales y miembros de las asociaciones de padres de personas con discapacidad. Y básicamente, son el resultado de las observaciones y el análisis de los sentimientos propios, desarrollados con mi familia en treinta y un años de convivencia con una persona nacida con sordoceguera, como consecuencia de una rubéola congénita: nuestra hija mayor, Fátima.
Otro dato que no puedo dejar de señalar es el hecho de tener tres hermanos adultos con diferentes discapacidades. Dos de ellos son menores que yo, ambos con Síndrome de Down. La tercera, mi hermana mayor, quien llevaba una vida absolutamente normal hasta los treinta y tres años y que, por causa de una meningitis tuberculosa, quedó con parálisis en sus miembros inferiores. Ella pudo desarrollarse de forma independiente, trabajando y educando a sus tres hijos, pero este dato de mi familia de origen, sin duda, tuvo incidencia en mi evolución personal.
Adelanto lo que he aprendido en primera instancia, tres son los pilares que nunca debemos dejar de lado en esta educación especial: comunicarnos, trabajar en equipo y anticipar la acción.
La experiencia, tópico fundamental, nos ha abastecido del conocimiento para encarar lo doméstico en el trato con estas personas y los proyectos de corto y largo plazo. Este aprendizaje, además, nos ha munido de la destreza para encarar los estados de ansiedad y de angustia profunda, para sortear el cansancio natural y el alto nivel de demanda emocional que nos exige la cotidianeidad de la convivencia.
Encontrarnos con otras familias que padecen el mismo problema o semejante, nos trae cierta sensación de alivio, pues así nos volvemos concientes de que no somos los únicos seres en el planeta que tenemos hijos con capacidades diferentes.
Por ello es que este libro está pensado conforme a aquel material que me hubiera gustado leer casi tres décadas atrás, en oportunidad de que nos dieran el diagnóstico de Fátima.
La estructura del mismo, en líneas generales, es cronológica; y se tratan las distintas etapas por las que transitamos, en ese orden; pero sin dejar de lado que en nuestros casos no hay reglas, sino excepciones.  
He podido verificar a lo largo de estos años en contacto con padres de todas partes del mundo que los procesos, miedos, angustias, culpas y demás temas recurrentes son siempre los mismos, aunque ajustados al contexto social y al desarrollo de cada país.
Finalmente, quiero expresar mi reconocimiento a todas aquellas personas encargadas de la educación y el futuro de nuestros hijos. Ellos desarrollan sus tareas con un amor y una dedicación tan especial, que nosotros como padres no podríamos reemplazar.
Espero que los lectores de este libro que empezó con una pregunta, hallen la respuesta a esta otra, tan conocida e inevitable, que todos nos hemos hecho en el inicio de nuestra realidad: ¿Por qué a mí?”.

Carlos María Picasso Cazón
(2006)

Los textos en bastardilla y encerrados entre comillas reproducen la voz y el pensamiento textual de Carlos María Picasso Cazón, fallecido el 4 de mayo de 2008.

“¿Por qué escribir?», se preguntaba Carlos en el prólogo anterior. Sus palabras han sido allí suficientemente bien expresadas y, por eso, ocupan el lugar de apertura de este libro.
¿Por qué escribir?, me pregunto yo ahora. Y necesito explicar mi doble propósito.
El primero es relatar mi experiencia como madre de una hija con discapacidad múltiple sensorial, que ha luchado para que ésta se eduque hasta donde sus posibilidades se lo permitan. Narrar el esfuerzo de toda una vida, llena de búsquedas, de respuestas y de soluciones posibles. Transmitir el largo camino que me hizo llegar a la conclusión de que era necesario crear una institución que contuviera las herramientas que mi hija y otros precisaban. Quizá porque ninguna de las existentes me conformara o porque en dicho camino encontré a muchos como yo, y aún con menos orientación que la mía. Entonces, lejos de deprimirme, me vi estimulada y con más fortaleza. Sentí que era una obligación y tuve el fuerte deseo de ayudar.
Además, hubo un aprendizaje personal, algo que me modificó internamente y, por cuya razón, todavía hoy sigo trabajando.
Esas etapas de evolución en el conocimiento de la problemática sobre la discapacidad activaron mi formación y me ubicaron como coordinadora de grupos de padres. Fue, paralelamente, un crecimiento individual e íntimo que me transformó como ser humano. Este bagaje enorme hizo que me convirtiera en propagadora de aquellas experiencias y sus logros en distintos lugares de América Latina y Europa.  
El segundo propósito que conlleva la escritura de este volumen es difundir la idea, el concepto original del que fuera mi marido; esa suma de vivencias que instruyan, se anticipen, vayan señalando el camino a los que vienen detrás y les infundan confianza, mientras suavizan su pena.
Todo lo que se hizo lo construimos juntos Carlos y yo, sobre la base del amor y el dolor compartidos. No habría sido posible de otra manera. Fuimos un equipo. Él trabajó conmigo y yo con él. Me asesoró, motivó y apoyó siempre en todo ese “loco proyecto”, como pareció ser en los inicios la “Institución Fátima”, que yo imaginé, después de ver lo que otros habían hecho en países más desarrollados y con muchos más recursos.
Carlos falleció hace cinco años, sin concretar la edición de su “Guía para padres”, como la iba a llamar. Con algunos capítulos muy organizados, dejó el corolario incompleto. Su muerte, demasiado temprana, detuvo entonces, el objetivo y el deseo inicial. El concepto de dicha guía, la que él hubiera querido leer cuando nos encontramos con esta realidad es la que trataré de transcribir de la manera más próxima a sus intenciones.
Mi propósito es, además, completarla con la parte que me tocó desarrollar a mí: lo social y el trabajo con las familias. En los comienzos de esta historia, desarrollamos aquel sendero común. Pero luego, una vez fundada la escuela, por mi imperiosa necesidad de infundir alegría a la tragedia y porque sentía que tenía que convertir en positiva mi propia vida, es que comencé a difundir y a contener a esos otros padres creando grupos de trabajo que los condujeran, de alguna manera, en la ardua tarea que implica la problemática de la discapacidad y sus soluciones.
Este libro que siento la responsabilidad de escribir hoy quiere ser también, por supuesto, mi homenaje a la persona de Carlos Picasso Cazón, mi marido.  En treinta y cinco años de casados nos permitimos sublimar la situación creando espacios, capacitándonos ambos, porque conocimos la angustia y los sinsabores en todas sus aristas. Es por ello que también, me permito deslizar algunos de los detalles más sustanciosos de nuestra vida, porque construye la plataforma que justifica todo lo ocurrido.
Finalmente, trasmitir que uno de nuestros mayores logros es haber propiciado la formación de los docentes, sin quienes nada de esto hubiera tenido éxito. Gracias a ellos y a sus conquistas, que han ido creciendo, y con la ayuda incondicional de muchísima gente, nos sentimos útiles y pudimos encontrar felicidad y resignación.
Hoy, mi hija tiene 37 años, y la Institución que lleva su nombre nos queda chica. Una vez concretada y en marcha, pensamos en dónde quedaría Fátima cuando nosotros ya no estuviéramos en este mundo. No queríamos que nuestras otras hijas sintieran su vida recortada u onerosa por la presencia de este avatar del que no son responsables. La Residencia para Adultos está ahora en marcha. Mi hija Fátima, entonces, pronto tendrá un espacio acorde donde la atenderán y velarán por ella.
Carlos se preguntaba: ¿Por qué a mí? Yo repetí esta pregunta tantas veces como otros padres la plantean diariamente cuando una situación semejante, dramática e inimaginable, los golpea. La respuesta que encontré siempre fue: “Porque debo hacerlo. Porque soy capaz. Por ella puedo. Por Fátima”. Y todas las dudas se me disiparon.

Alicia Beatriz Rosaz
(2013)

“¿Por qué escribir?, se preguntaron Carlos y Alicia en los prólogos anteriores. Sus objetivos son, de manera indudable, diferentes a los míos. Yo quise escribir desde muy pequeña cuando, como gran lectora, me imaginaba en acción a cada autor de las historias que me atrapaban.

Los caminos son sinuosos, las vocaciones toman fuerza en determinadas épocas de la vida. Disímiles, la mayoría de las veces. Pero, como el verdadero propósito es inalterable en el tiempo, el objetivo, finalmente, se cumple.

Sería abusivo contar aquí cómo se concretó mi primer libro personal. Y cómo, años más tarde, se dio, en manos de la casualidad, para aquel que cree en ella, la primera biografía de alguien que necesitaba relatar su vida y también un oído que lo contuviera. Esa tarea, inimaginada hasta entonces, para quien sólo deseaba fervientemente escribir, completó en mí una faceta que nunca creí tener. La de instrumento para plasmar las alternativas de vida de otros en volúmenes que los perpetúen.

Una historia continuó a otra y todas ellas se convirtieron en libros. En agradecidos legados familiares. Y en mí, en particular, contribuyeron a darme una satisfacción desconocida. La sensación de un deber cumplido y de que mi ayuda provocaba un poquito de felicidad a quien veía su sueño, como corolario de una vida, concretado.

Conocí a Carlos y a Alicia por intermedio de una amiga en común. Compartimos cenas y larguísimas charlas donde los valores cotidianos nos hicieron semejantes. Poco después, también amigos. Su situación familiar me conmovió desde el primer momento. No supe, entonces, explicarme el porqué de lo que su derrotero ocasionaba en mí. Todo comenzaba con una gran admiración; pero además, recurrentemente, algo hacía que pensara en ellos y en la situación por la que atravesaban.

Supe del deseo de Carlos de escribir una “Guía para padres” y me ofrecí a ayudarlo en su concreción. Sólo arribamos a cuatro capítulos bien cerrados cuando su enfermedad interrumpió nuestro trabajo. Las carpetas, puntillosas y en extremo prolijas, esperaron en duelo varios años, hasta que Alicia decidió lo imprescindible de retomar esa tarea.

Debo ser honesta y decir que insistí mucho para que ella se animara. Recuerdo que aconsejé, denodadamente, a que aquel objetivo inicial se transformara en una narración propia, donde aplicara su voz, y contara  también la historia individual, porque su mirada subjetiva la haría más humana, más real y menos técnica para la lectura posterior, y eso sumaría interés en los lectores, sin perder de vista la palabra de Carlos, por supuesto, ya que ella debía estar inserta en el recorrido de las páginas.  Así, el libro sería de ambos, porque ambos fueron los pilares; y entonces, los dos sostendrían este volumen.

El trabajo se inició y fue creciendo. Alicia fue recordando los pasos y las personas, profesionales, maestros y amigos, que conocieron en su espinoso camino de aprendizaje. Y la vida de ellos se fue tejiendo de una manera muy extraña, casi mágica, con la mía.

Muy joven perdí una beba que nació prematura, de menos de seis meses de gestación y buen peso, sin embargo, tan sólo pudo vivir nueve días. Nadie me explicó entonces. Nunca se me contó de las probables consecuencias en su salud, de haber sobrevivido. Fue muy difícil  superarlo, y las preguntas, cientos de veces, ¿por qué me habrá pasado esto a mí?, como Carlos y Alicia explican tan bien en estas hojas que todos los padres hacen, fue mi pregunta retórica. Algo me decía, cuando creí que ya me había resignado y me nacieron dos hijas más, que algún día obtendría la respuesta.

Hoy, después de haber escuchado esta historia tan dura, comprendí nuevamente, que mi tarea en esta vida es la de enhebrar las palabras que permitan a otros contar su tránsito, y en ellas ver pedacitos del mío propio. Estoy segura de que yo no habría sido capaz de soportar tanto dolor, jamás hubiera tenido la fortaleza de Alicia y de Carlos, ni su capacidad de acción. Por eso, seguramente, las cosas para mí se dieron de la manera que se dieron. Dios, en su infinita sabiduría, sabe qué tarea encomendarnos. Dios sabe cuándo darnos las respuestas.

Este libro de Alicia Rosaz de Picasso Cazón es, como ella misma lo enuncia, la conclusión de una etapa troncal en su vida. Lo siente necesario para terminar con un pasado tan trabajoso y de tanto padecimiento. Este libro, entonces, es un merecido regalo.

El libro de Alicia es la respuesta a aquello pendiente en mi vida. Estoy convencida de ello. ¿Por qué escribir?, entonces, no necesita de otro argumento. Ésta es ahora mi tarea: ser puente, herramienta, para que otra historia de vida se transforme en eterna. En universal.

Isabel V. Krisch 
(2013)

Año 2015

Nuestra Historia

Biografía familiar

Corrección literaria de Isabel Krisch sobre un texto previamente escrito.
604 páginas a color.
Posee gran cantidad de fotos y detallados genogramas.

Año 2017

Tormentas de la Vida

Biografía de la Dra. Alejandra Romano

Quinto libro biográfico de Isabel V. Krisch en el que narra la vida de la autora y su familia. Contiene la realización del genograma familiar y posee una gran cantidad de fotos.

210 páginas a color.

Año 2019

Resiliente

Biografía de la Sra. Claudia R. Pacquola

Sexto libro biográfico de Isabel V. Krisch en el que narra la historia de vida de la autora.

192 páginas a color.

Escribir esta pequeña biografía me hizo reflexionar sobre todo lo que pasó. No fue fácil rememorar los tiempos duros y difíciles. No es fácil aún corregir estas palabras y volver a refrescar cada episodio doloroso.

Miles de sensaciones se entremezclaron en mi cabeza y en mi corazón. Muchas veces, pensé ¿para qué?

Pero el nuevo desafío era necesario. Ya había logrado tanto, ¿por qué no esto también? Para que quede en mis hijas el resumen de tantos años de lucha. Para que sepan que todo lo que uno se propone puede lograrlo con la fuerza del deseo y del amor.

Si el águila no tiene límites en su vuelo, ¿por qué los iba a tener yo? Todo lo atravesado queda acá, en este libro y ya no está más en mí. Ésa es mi síntesis.

Y si sólo una persona, conocida o no, a través de su lectura tuviera un atisbo de luz. Si pudiera ver, ante una situación similar, que cualquier camino, por más escarpado y difícil que fuera, siempre tiene una salida, habré cumplido mi misión en esta tierra…

Claudia Pacquola

desropa el ave su cuerpo
sabe que ni el cuello blanco
que la cumbre en la mitad de la vida
que el despojo es imprescindible
y hay que cumplir la consigna de la especie
sabe
que el trance es duro
decisivo
que el momento perturba
produce agobio
que se avecina el mayor dolor
que la desnudez aliviana el tránsito
sabe
y se desviste     lento
para ejecutar el rito del sacrificio
entonces
no habrá más vuelo
ya no el aire permitiéndole
sostenerse erguido en el vacío
ya no la gallardía
la soberbia de la estirpe
sabe
que reconstruirse
regenerar
mientras cae del escenario
su envoltorio plumífero
su pasado
las garras golpearán las piedras
la furia del momento gira en instinto
parece el enemigo que resiste
la roca
y es en cambio la salvación
de lo viejo muerto
de lo que impulsa una nueva génesis
y otros cuarenta años
sabe que el hambre se sentirá en los huesos
pero declina el pico
lo quiebra lo astilla
fractura lo
aplasta y quebranta
contra el peñasco
muele entero el linaje
en la cumbre de la vida
y espera

Isabel V. Krisch

“Del sufrimiento surgen las almas más fuertes.
Los caracteres mas sólidos están plagados de cicatrices”.

Kahlil Gibrán

 

Conocí a Claudia porque acudió a mi taller de narrativa a intentar escribir algo que tenía muy guardado dentro de sí. Quería dejar por sentado algo que le brotaba y que sentía necesidad de plasmar, pero no sabía cómo. Consignas y disparadores iniciaron el mecanismo que, una vez puesto en marcha, no hubo forma de frenar. La invité a una charla individual ya que otra parte de mi actividad resulta ser instrumento para que otros puedan elaborar sus libros como síntesis de una vida.

Mi escritura tiene siempre una doble intención: la  adquisición de la técnica más fluida y rica, y la catarsis que significa esta rama del arte que tengo el privilegio de conocer. Fue un comenzar solamente, luego, y poco a poco, la mano de Claudia y su dolorida memoria fueron relatando hechos, sucesos, momentos de crisis y de quiebre en su vida. Y creo haber colaborado para que a cada paso se detuviera lo necesario como para armar este rompecabezas que, por momentos, molestaba en su interior.

Conocí a una mujer que contaba su desesperanza de otra época, su agotamiento mental y emocional. Una persona agobiada por aquel pasado que traspasaba la enfermedad y que presentaba en su lenguaje corporal, la ansiedad por descargar su universo agobiador de antes.

Nadie se junta o se encuentra con otro alguien por casualidad. Está dicho muchas veces en este libro algo que pocas personas ya niegan. Cada ser  que conocemos es quien “debemos” conocer, porque algo tiene que enseñarnos y de nosotros algo tiene que aprender. Todos somos maestros y alumnos al mismo tiempo.

Claudia no sabía al venir al Taller que conduzco, que soy viuda y que mi marido falleció por el mismo adenocarcinoma que la aquejó. Claudia no podía saber lo que yo viví en mi hogar. Por esto y por tantas cosas, la entendí. Por eso y por tantas otras cosas, comprendí que ella vino a mostrarme una fortaleza que en mi hogar, por algún motivo, no hubo, en un tiempo anterior. Claudia fue y es mi maestra. Y yo pude ser su instrumento. Así nos encontramos. Así se dio nuestro vínculo.

Claudia pudo soltar cada paso de su enfermedad. Y lo soltó en su libro, porque antes lo soltó de su cuerpo.

Cada uno tiene un sendero. No hay, no se puede, transitar el de otro, por supuesto, no es posible. Por eso, estoy convencida de que, la sabiduría del Universo nos muestra, exactamente, lo que necesitamos ver. Estoy absolutamente persuadida de que el Cosmos coadyuva para que nos encontremos con las respuestas que nos faltan. A cada paso. Y es por eso que bendigo el momento en que nos conocimos. Es por eso que agradezco haber abrazado la escritura como modo de vincular el arte con la salud. Porque sé que escribir la vida de cada uno sana, definitivamente. Aprendo en cada libro que ayudo a construir. Aprendo, también, que somos seres finitos y que debemos hacer servicio al otro. Claudia lo está demostrando en este libro. Que así sea.

Isabel Krisch

Inéditos:

Mi Vida

Biografía del Sr. Lito Gurovich

Libro biográfico del autor que no fue editado.

Dejando Huellas

Biografía de la Sra. Inés Bartolomé

Libro biográfico de la autora que no fue editado.